- Tengo una fantasía recurrente, dijo entonces Madeleine desde la ventana.
- Ah, si?, devolví mientras extraía la mantequilla del refrigerador.
- Ocupa mi mente con más y más frecuencia, obsesivamente, continuó Madeleine. Y siempre con nuevos detalles. Es curioso que no me canse de ella, aunque me aburre.
- Porque de algún modo eres tú misma quien le proporciona energía, no crees?, consideré mientras untaba con paciencia el pan.
- No lo había pensado, respondió Madeleine. Como sea, digo que es la misma porque reconozco el esquema de su funcionamiento, no porque siempre sea idéntica. Te la voy a confiar tal como me llega desde las profundidades. O, si lo que dices es cierto, tal como me la proporciono a mí misma.
- A ver?
- Soy penetrada contra mi voluntad por atrás y por adelante en el piso superior de un autobús tan alto como un rascacielos bammboleándose por las calles de una ciudad que no conozco.
- Penetrada por quién?, pregunté, la mano sosteniendo el cuchillo en el aire.
- Eso varía de una ocasión a otra, respondió Madeleine. A veces se trata de personas. Músicos de rock, delincuentes, vagabundos, tipos así.
- Qué divertido!
- En otras ocasiones por objetos.
- Objetos?
- Un paraguas, por ejemplo. O una máquina fotográfica. A veces un zapato.
- Sufres de indigestión?, pregunté preocupada.
- Por qué lo dices?, indagó Madeleine sin entender.
- Porque esas cosas suelen tener una fuente orgánica, dije tranquilizadora. Los médicos las llaman perturbaciones psicosomáticas. En algún momento vas a tener que hacerte una purga.
- Crees que debo llegar a tanto?, retrucó Madeleine.
- Salvo que quieras seguir siendo víctima de esas fantasías, argumenté llevándome por fin el pan a la boca.
- Las encuentro en cualquier caso menos perversas que la lavativa que propones, sabes, protestó Madeleine, y se puso a mirar la calle.