No hay tal cosa. Lo que hay es intención, deseo. Una tendencia permanente a devenir. Una búsqueda insaciable de completud. Estoy hablando de la persona. O de la conciencia. Como tales.
Para devenir inocentemente, sin recortes en la experiencia, tengo que mantenerme dentro de los límites de la que soy en cada momento, olvidándome de los otros.
Los otros: no son más que representaciones, como los objetos. Pero en su condición de sujetos son capaces de argumentar y actuar en mi contra. De bloquearme, de desorientarme, de disuadirme.
Sie können mich in die Irre führen.
Entre ellos y yo hay una lucha por el sentido. De su resultado depende lo que para entendernos rápidamente llamaré mi destino, mi identidad personal.
Si procedo efectivamente en la forma radical que estoy imaginando necesitaré de un substituto para el criterio de verdad que esta forma intersubjetiva de consenso constituye al final de cuentas.
Me veré obligada a encontrar en mí misma los instrumentos para enfrentar y superar la duda, el error, la ilusión o el delirio.
Digo para enfrentar y superar, no para solucionar de una vez por todas.
Entre lo uno y lo otro hay la misma distancia conceptual que entre el trabajo corporal y la magia, pero yo confundo ambas en mi ansiedad por ser cuanto antes de algún modo.
Una ansiedad que sin duda - no puede ser de otro modo - se origina en una idea preconcebida, fija, de mí misma. Una suerte de ideal o de dogma.
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