Thursday, December 02, 2004

Llovía a ratos

La pera del olmo.
El apocalíptico integrado.
Las garras de la naranja.
El verde del encen dedor es el mismo
que el del desen grampador.

La tía Elvira y el tío Miguel.
La tos saliéndoles del estómago, no de los pulmones.
Una tos silbante, vacía.
Hecha de angustia y de voluntad de muerte.
Voluntad de morir una maňana como ésta.


Sí, como ésta.
Cuando el ojo busca lo alto y el oído no olvida su tarea.

Èstas no son palabras de niňa,
sino de mujer adulta en plena posesión de sí misma.
No es que la niňa se haya hecho mujer,
sino que la una se sabe y se propicia en la otra.
La niňa es el oído, la mujer adulta el ojo.

Brevedad esquemática de la frase en pos de la simplicidad del Ser.
Ah, su insuperada y loable sencillez, su cultivada transparencia!

Como los vidrios de la ventana que lavaste ayer.

Llovía a ratos, y la tarde de Junio parecía una tarde de Marzo.
O de Septiembre.
Otoňo en la segunda primavera.
Aires de un ivierno agonizante en el umbral del verano.

Consecuencias de la guerra en el Golfo, todo está tan cerca y es uno.
La uva del mundo.

Te decidirás a mascarla?
Mientras más postergues ese momento,
más intensa e irresistible la promesa de su estallido entre los dientes.

En el verano
en Pimentel,
después de almuerzo.

Qué eran entonces para tí las tardes?
Desiertos de cemento?
Pesadillas azotadas por tormentas de luz?
Pobreza bajo el cielo reverberando en las puertas de madera?
Sobre los azulejos de la veranda?

Sólo al caer la noche,
con la apoteosis del ocaso en el horizonte,
el mundo recuperaba a tus ojos...
qué?

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