Saturday, December 18, 2004

El yo adulto

Dos, tres botes de remos, amarrados a la orilla al pie de un arbusto. El agua sin perturbaciones refleja el cielo descubierto, los tres árboles al otro lado de la laguna – tres eucaliptos aislados en un campo de trigo. En la breve ensenada delante de ellos, las barcazas inertes.

La imagen inspira tranquilidad. Y tranquilidad es todo lo que necesito: certeza emergiendo del corazón de la duda. La certeza de que lo único que cuenta es seguir con vida en este final de aňo.

Con la misma claridad que el agua refleja el firmamento frente a mí, yo puedo ver ahora en la duda el camino más corto hacia la certeza que necesito para continuar viviendo.

Una duda que no debo ir a buscar muy lejos porque viaja conmigo. Ella está aquí, en cada palabra mía. En la palabra palabra hay una duda, igual que en la palabra duda.

Estoy condenada a hablar y dudar mientras no decida quitarme la vida. Pero quedarme callada no es lo mismo que dejar de dudar. Quedarme callada equivale sólo a alcanzar una conclusión cínica sobre el sentido de la duda.

Callar para caer aún más abajo, más al fondo de ésta.

Los hilos rotos de la marioneta precipitándose inarticulada sobre las tablas. No hay ningún movimiento de defensa, todo lo que hay es un caer siempre más abajo.

Pero el momento de la caída es también un momento fundacional. Lo que se funda en ella es un espacio vacío, terrible en su soledad. El espacio del yo adulto. Mientras más vacío más terrible.

Quitarme la vida ahora? Cuando estoy a punto de reconciliarme con la duda? De amarla por lo que ella misma es?


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