Las manos entrecruzadas y ambos codos sobre la mesa, me llevé los pulgares a la boca. Introduje entonces las largas uňas entre los dientes apenas separados y apreté la mandíbula.
No fue la lengua quien me informó de la decreciente curvatura de las primeras, sino el breve arco de movimiento de mi quijada y la tracción producida por las uňas sobre la carne de las falanges.
Me detuve sin embargo antes de producirme verdadero dolor.
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