Friday, December 24, 2004

El propósito de enmienda

Como la católica bien educada que era aún en cierta forma, sabía que la situación en la que se encontraba – anómala, incierta - exigía de ella una conducta que un observador bien dispuesto no vacilaría en llamar de arrepentimiento y que, para tener efecto, debía estar seguida - en palabras del Catecismo - por un acto de contrición.

Hacía sin embargo tiempo que ella había dejado de ser únicamente una católica bien educada. Ahora era también una mujer de luces, una emancipada. Más aún, en sus momentos de mayor audacia se consideraba una librepensadora y hasta una exploradora de lo insondable.

En otras palabras, su evolución interior había dejado atrás los estadios ingenuos de identificación con una verdad supuestamente objetiva, transcendente, desembocando poco a poco en un Universo de relatividades e indeterminaciones.

La profundidad de su incursión en éste último era ciertamente minúscula, pero a ella se le antojaba una hazaňa. En lo cual no dejaba de tener razón.

No había hecho en efecto más que asomar la nariz en él y, si bien la rareza de la atmósfera allí dominante parecía por momentos a punto de obligarla a retroceder aterrorizada, ya este atisbo era inaudito tratándose de ella.

Decididamente nunca antes había llegado tan lejos.

En estas condiciones el acto de contrición que se le antojaba necesario era en realidad una ecuación susceptible de ser resuelta en por lo menos dos sentidos distintos y, por lo tanto, capaz de conducir a situaciones finales diferentes, cuando no incluso opuestas, contradictorias entre sí.

Un propósito de enmienda no es en realidad otra cosa que una modificación personal con miras a una mayor adecuación a cierto estado de cosas o forma de legalidad, cierto?

De lo cual sólo podía deducirse que en su actual condición cualquier acto de contrición estaría mal encaminado desde el comienzo si en su corazón no abrigaba cierto grado de conciencia a propósito de su encontrarse a caballo entre dos formas de ser.

En otras palabras, que cualquier enmienda en un sentido significaría necesariamente su perdición en otro. Lo cual a su vez quería decir que no tenía otra alternativa que la de elegir esa dirección que ella sentía podía conducir a su salvación.

Estirando el brazo, apartó las sábanas de un sólo empujón, notando enseguida la frialdad del aire en la piel del estómago y las piernas. Desnuda como se encontraba, se levantó de la cama y se dirigió al baňo. Necesitaba orinar.

Cuando volvió a la habitación se puso la bata y se sentó en la mesa frente a la ventana. El texto de minúscula caligrafía casi llenaba la página sobre el tablero. Abriendo un nuevo párrafo en ella, escribió:

“Mis repetidas crisis de conciencia comienzan a parecerme la indicación más segura de mi avance; soportar sin retroceder las tormentas de pánico que ellas originan, la actitud más adecuada a mis propósitos.

“La falta de verdades finales no devuelve necesariamente el mundo al caos. La culpa no mana tampoco de la confusión de una supuesta verdad con su contrario, sino del retroceso en tales situaciones límites, del miedo ante la responsabilidad de las propias acciones”.

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