Me encontraba en una parte de la ciudad que frecuento poco y el tráfico no fluía como era de desear. Al pasar frente a un negocio de comestibles se me ocurrió entonces que podía aprovechar la oportunidad para solventar una diligencia y dar así tiempo a que las condiciones de tránsito se hicieran menos exasperantes.
Aparqué el auto en el primer espacio disponible y me dirigí al negocio. La puerta de éste quedaba en la esquina, sesgada entre la avenida por la que había venido conduciendo y una estrecha bocacalle.
Tras hacer las compras decidí como es lógico volver al auto. Yo había olvidado entretanto sin embargo la posición sesgada de la puerta y, al cruzar ésta, de primera intención comencé a avanzar en línea recta sobre la acera. Èsto tuvo como efecto que mi movimiento se orientara absurdamente hacia el pavimento del cruce.
Me detuve sorprendida y examiné brevemente mi entorno.
A mi derecha se abría la estrecha bocacalle, fuertemente iluminada en ese momento por el sol de la tarde, mientras que frente a mí tenía la perspectiva de la avenida por la que había venido, sólo que ahora vista en sentido inverso; ésto es, como observada en el espejo retrovisor del auto. Èsto me la enajenó en cierto modo, aunque no lo suficiente como para darme cuenta de que, dada mi posición, el auto tenía que encontrarse detrás mío, aparcado en algún punto de la continuación ahora en sombras de esa perspectiva.
Este último detalle favoreció que mi atención fuera capturada en su totalidad por el fantástico paisaje arbolado del paseo central de la avenida y las radiantes fachadas de los edificios del otro lado, sumando un elemento de distracción a mi impensada desorientación.
Como digo, salí del negocio de comestibles y avancé decidida tres o cuatro pasos en la dirección intermedia sugerida por la posición sesgada de la puerta entre las dos calles. Èsta me había convencido de un modo automático de que debía cruzar al otro lado, por el simple hecho de establecer las condiciones iniciales da partida, por decirlo así. Lo que por supuesto no concordó con mis recuerdos de la situación, y entonces me dí cuenta de que en realidad no sabía lo que estaba haciendo.
La atmósfera bajo los árboles era maravillosa, pero mi objetivo no era pasear bajo su follaje. Recuerdo haber tenido este pensamiento en mi cabeza durante un breve instante, lo que revela que un segundo antes debo haber sido consciente de que lo que me movía en la dirección que había tomado no era otra cosa que un error a punto de desaparecer bajo el irresistible atractivo de la escena frente a mí.
Mi confusión fue entonces total. Lo que veía me resultó de pronto absolutamente desconocido, despojado por completo del menor punto de referencia. Ni siquiera recordaba la dirección por la que había venido ni el medio de transporte que había empleado para llegar a ese lugar.
Qué hice entonces? Creo que lo que me devolvió cierto sentido de identidad fue mi negativa a seguir el impulso hipnótico de la puerta del negocio. En ese momento comencé a examinar conscientemente la topografía de la zona.
La bocacalle a mi derecha me resultó indiferente cuando peseé mis ojos por ella. Sus detalles no movilizaron ningún recuerdo en mí. El paseo bajo los árboles siguió en cambio pareciéndome increíblemente atractivo, pero en mi memoria tampoco había información alguna a su respecto. Por último giré la cabeza hacia atrás, hacia la zona en sombras de la avenida, y entonces recordé.
Recordé no sólo que había venido en el auto, sino también la dirección de mis pasos al venir al negocio, así como mi fugaz sorpresa el descubrir que la puerta de entrada no mostraba la disposición que había esperado.
Este últimno dato, que yo no había sabido tomar adecuadamente en cuenta, había resultado ser lo suficientemente significativo como para desencadenar la minúscula aventura epistemológica que acababa de vivir.
Llegada a este punto de mis reflexiones no me resultó difícil corregir la dirección de mis pasos, aunque al mismo tiempo lamenté la disipación de ese sentimiento mágico que al comienzo me había impulsado a echar a caminar sin rumbo y disfrutar de un lugar nunca antes visto.