A veces me quedo callada porque trato de decir bonito lo que estoy pensando. Pero ésto es un error. No el tratar de decirlo bonito, sino el creer que estoy pensando cuando me quedo callada por esta razón.
Lo que en realidad ocurre en esos momentos es que tengo miedo de comenzar a decir sin saber a dónde terminaré llegando. Olvido que el pensamiento es como un paisaje que va cambiando de forma conforme una se desplaza en él.
Cuál es la diversión cuando pretendo saberlo todo desde el momento en que abro la boca?
Me quedo callada porque quiero ser dueňa de mis actos, porque trato de controlarme. Creo necesario ocupar mi tiempo de un modo que resulte productivo, sin preguntarme para quién. De este modo me adelanto a mi desarrollo, y lo bloqueo en la misma medida en que intento anticiparlo.
Parto de ideas preconcebidas; ésto es lo que estoy tratando de decir. Por qué soy tan necia?
Mi conducta no es ni siquiera práctica. Lo sería en el caso de que al actuar de esta manera lograra por ejemplo reducir al mínimo las ocasiones de extravío y, con ello, el sentimiento de miedo que las acompaňa. Pero no es así.
Al contrario, mi falta de inciativa me expone a otras formas mucho más intensas del miedo. Un miedo real esta vez, no ya solo imaginado, motivado en el hecho de mi estasis, de mi inacción.
Quedarme callada por la razón que menciono no es la virtud que pienso. El pensamiento no existe si no es articulado. Pero una no puede preocuparse por su articulación hasta el extremo de inhibirse. Es necesario permitir un espacio para el error y la sorpresa.
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