Kimiko lo miraba con el rabo del ojo, el rostro dirigido hacia la ventana mientras, el codo sobre la mesa, palpaba nerviosa con los dedos las costillas debajo de sus senos. Iluminada por el sol, la pared a sus espaldas destacaba el negro de sus cabellos.
- En realidad uno está siempre perdido para algo, continuó él. Más aún, uno no deja de perderse siempre más a medida que ejerce sus posibilidades de elección.
Ella se reclinó en silencio sobre el respaldo de la silla y tomó por el tallo una de las flores secas sobre el tablero – una flor amarilla de numerosos pétalos, tal vez un girasol – y, levántandola diagonal, se cubrió el ojo izquierdo con ella. Sin dejar de mirar seria, atentamente a Slothrop con el otro ojo (el párpado semicerrado un matiz lascivo), imaginó ser una mujer pirata, la flor el parche cubriéndole la órbita vacía.
Slothrop no se dejó distraer:
- Si me levanto de la silla y abandono la habitación, por ejemplo, me perdería para tí, verdad?, insistió. Pero tal vez no para mí mismo, incluso si la ciudad allá afuera me resultase totalmente desconocida. En este caso me costaría orientarme en ella, es cierto, pero no estaría necesariamente perdido. Y lo que yo busco es esto último. Perderme para mí mismo igual que tú me perderías si salgo de la habitación. Èste que soy ahora perdido con respecto a ése que fuí hace un instante o hace una semana. Perdido, entiendes? Seperado, otro. Sin relación con él. Sin un pasado común, sin identidad entre nosotros, con un futuro distinto.
Kimiko devolvió la flor a la mesa y entreabrió los labios, preparándose a decir algo. Pero él se le adelantó:
- Entre este momento y el que sigue hay una discontinuidad, un abismo, dijo. Mi deber es saltarlo, superarlo. En efecto lo siento como un deber, como un imperativo moral. Mientras más profundo este abismo, mientras más peligroso el salto, tanto mayor la experiencia de la pérdida. Extraviado, llegar a sentirme en casa y reir, ésta es la satisfacción que busco.
Kimiko sacudió coqueta el cabello al mismo tiempo que se aclaraba la garganta:
- Nunca dejarás de reencontrarte después de cada uno de esos saltos, comentó.
Slothrop creyó obervar la sombra de una sonrisa en el extremo de sus ojos reproduciéndose brevemente en las comisuras de los labios antes de desaparecer sin dejar huella.
- Tienes razón, concedió. Pero ésto no ha de ocurrir si no para revelarme que he alcanzado un nuevo abismo.
Y, poniéndose de pie, avanzó hasta la cómoda junto a la puerta del baňo. Empuňó entonces el espejo de mano que había encima y, blandiéndolo como un arma, se volvió hacia ella, decidido a confrontarla con su reflejo:
- Bastará con que observes tu propia im...
No pudo terminar. En la habitación no había nadie.
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