Me quedo sola en casa no sólo porque la encuentro una alternativa más económica que la de enfrentar cada una de las dificultades técnicas de mi movimiento, sino también porque tengo miedo.
Miedo no tanto porque no sé a dónde ir, sino porque estoy segura de que de ir allí terminaría extraviándome.
Sí, temo que la complejidad de lo que encuentre me induzca a adentrarme siempre más y más en eso, y no dar ya con el camino de regreso.
No me poseo a mí misma, ven? El lado obscuro de mi naturaleza tiene mayor peso ontológico que el otro, el que conozco.
Todo ésto convierte la ciudad en un lugar para mí ambiguo, incierto. La multiplicidad de las pistas que ofrece me desorienta, la desproporción entre los peligros de su exploración y la calidad del comfort que para eso me vería obligada a abandonar se me antoja abismante.
Por todo ésto me quedo sola en casa. Y sé que hago mal, que tengo que emprender algo en contra.
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