A. Schopenhauer
Ayer tuve oportunidad de comprobar la verdad de esta premisa de la escuela de Port Royal: “El signo incluye dos ideas. La primera, de la clase de cosa que representa; la segunda, de la cosa concreta representada. Su naturaleza consiste en convocar a la segunda mediante la primera”.
Fue después de asistir a la proyección de un film con dos de mis niños. Al abandonar el local observé cómo ellos conversaban sobre lo que acabábamos de presenciar. Lejos de mediatizar su experiencia refiriéndose al “film” como lo harían dos adultos, lo que hacían era emplear directamente elementos del diálogo entre los personajes para convocar en el otro el recuerdo de alguna escena.
El procedimiento era evidentemente efectivo, a juzgar por la viveza espontánea de sus reacciones, estimulándose mutuamente a recuperar de esta manera pasajes enteros de la cinta. Incluso yo misma, que sólo los escuchaba, volví a ver subjetivamente las imágenes que habían cautivado su imaginación. Màs aún recién entonces comprendí el sentido emocional que ellos les daban a secuencias que en mis ojos no eran otra cosa que elementos retóricos del género.
Para expresarlo de otro modo, su mirada no delimitaba la experiencia que acabábamos de tener como un “film”, sino que, sin detenerse en esta instancia abstracta, iba directamente a la acción interior. Es decir, el discurso que comenzaban a articular sobre el film era el film mismo recuperado ideosincrásica, arbitrariamente, según criterios eminentemente emocionales.
En ningún momento de su conversación hubo el menor intento de una descripción global, definitoria del film como estructura acabada. Todo su interés estuvo concentrado en la cosa representada, reinvocada para el otro mediante los signos explícitos que, siempre de un modo parcial, emergente, la representaban en el film.
En otras palabras, el problema del significado era para ellos indiferente. Más aún, inexistente. Lo único con sentido era la experiencia como tal, el encuentro con lo inaudito, con lo inesperado de ésta.
Que es precisamente el principio que quiero hacer mío.
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